Victimismo: cuando el dolor se convierte en una identidad

Hay momentos en la vida que duelen. Eso es un hecho. No todo se soluciona con frases motivacionales ni con mirar el lado bueno de las cosas. Pero a veces, sin darnos cuenta, ese dolor que sentimos se convierte en una especie de sombrero que no nos quitamos nunca. Empezamos a mirar el mundo desde esa herida, a relacionarnos desde esa posición de «a mí siempre me pasa» y, poco a poco, el dolor deja de ser un momento y se transforma en una forma de estar en el mundo. Ahí es donde entra el victimismo como identidad emocional.

Como psicólogo en Valencia, he visto cómo muchas personas llegan a consulta atrapadas en esta forma de ver la vida. No porque quieran, sino porque es lo que han aprendido para sobrevivir. Y aunque puede parecer un mecanismo de defensa inofensivo, el victimismo sostenido limita, aísla y genera mucho sufrimiento. Darse cuenta de ello es el primer paso para soltarlo.

El origen invisible del victimismo

Nadie se levanta un día y decide convertirse en víctima de todo. El victimismo tiene una historia. Muchas veces empieza con experiencias reales de injusticia, de abandono, de maltrato o de fracaso. Cuando esas heridas no se nombran, no se validan o no se atienden, pueden convertirse en un relato interior que se repite una y otra vez. «Esto me pasa porque no valgo», «la vida siempre me trata mal», «los demás tienen suerte y yo no».

El problema no es sentir dolor. Eso es humano. El problema es cuando ese dolor se convierte en una narrativa cerrada, en una etiqueta que define todo. Y cuanto más repetimos esa narrativa, más difícil es ver otras versiones de nosotros mismos. Otras formas de ser, de actuar, de relacionarnos con el mundo.

El papel protagonista que no queremos soltar

Puede parecer contradictorio, pero el victimismo también da poder. Nos coloca en el centro de la atención, nos permite recibir cuidado, justificación o incluso afecto. Y cuando hemos pasado mucho tiempo sin sentirnos vistos o validados, ese papel puede resultar cómodo. Ser la víctima puede funcionar como una especie de escudo emocional.

El problema aparece cuando ese papel se vuelve permanente. Cuando ya no podemos diferenciar entre una situación de injusticia y una tendencia a sentirnos siempre tratados injustamente. En ese punto, cualquier crítica se convierte en ataque, cualquier desacuerdo en agresión y cualquier dificultad en una confirmación de que el mundo está en contra. Vivir así agota. Y también aleja.

El impacto en las relaciones personales

Las personas que viven desde el victimismo suelen sentirse incomprendidas. Pero también generan una dinámica compleja en sus relaciones. Porque el victimismo necesita de un verdugo para sostenerse, y eso suele colocar a los demás en el papel de responsables del malestar. Aparece el reproche constante, la crítica velada, la queja que nunca se transforma en acción.

Quien está al otro lado, muchas veces siente que haga lo que haga, nunca es suficiente. Que su amor, su cuidado o su ayuda no sirven. Y en esa frustración, la relación se desgasta. A largo plazo, el victimismo puede generar una soledad no deseada, precisamente por la dificultad de salir de esa posición fija.

Cuando la queja es el lenguaje principal

Expresarse es importante. Quejarse también. Pero cuando la queja es el único canal de comunicación, algo está fallando. La queja constante no busca soluciones, busca reafirmar un lugar. El lugar de «yo no puedo», «esto no cambia», «todo me pasa a mí».

Ese tipo de lenguaje alimenta el victimismo porque refuerza la idea de impotencia. Y cuanto más la reforzamos, menos espacio dejamos para el cambio, para la acción, para la posibilidad de escribir una historia distinta. Cambiar el lenguaje interno no es fácil, pero es una de las llaves más potentes para transformar nuestra forma de vivir.

La dificultad para asumir responsabilidad

La palabra responsabilidad a veces da miedo. Suena a culpa, a castigo, a juicio. Pero en realidad, asumir responsabilidad es una forma de recuperar poder. Cuando reconocemos que tenemos algo que ver en lo que nos pasa, también reconocemos que podemos hacer algo al respecto.

Quien vive desde el victimismo suele evitar esa responsabilidad porque siente que asumirla equivale a decir que lo que le pasó fue su culpa. Pero no es lo mismo. Responsabilidad es mirar qué hago con eso que me pasó, cómo me relaciono con ello, qué elecciones hago desde aquí. Y eso, lejos de debilitarnos, nos fortalece.

La necesidad de reconocimiento emocional

Muchos de los discursos victimistas tienen una raíz común: la necesidad de ser vistos, reconocidos, validados. Cuando esa necesidad no ha sido atendida, se puede transformar en una demanda constante de atención. Pero el problema es que esa demanda nunca se sacia. Porque lo que se necesita no es que el mundo gire en torno a uno, sino aprender a mirarse con amabilidad, a validar el propio dolor y a encontrar espacios seguros donde compartir sin miedo.

En la terapia psicológica trabajamos precisamente eso. No para negar el dolor, sino para darle lugar sin que se convierta en el dueño de nuestra identidad. Porque todos merecemos ser vistos, pero también merecemos ser libres de lo que nos ha dolido.

El miedo a dejar de ser quien hemos sido

Cambiar da miedo. Y a veces, el cambio implica dejar de ser la persona que siempre ha sufrido. Soltar el victimismo también es un duelo, porque implica despedirse de una forma de estar en el mundo que, aunque dolorosa, era conocida.

Quien ha construido su identidad en torno al sufrimiento puede sentir que si lo deja ir, pierde también su historia, su valor o su sentido. Pero no es así. Detrás del dolor hay otras partes de ti esperando salir: tu creatividad, tu fuerza, tu capacidad de amar, tu sentido del humor. Y todo eso también merece ocupar espacio.

Psicólogo en Valencia para acompañarte a salir del victimismo

Si sientes que vives atrapado en una narrativa de sufrimiento, si te cuesta dejar de mirar lo que te han hecho y no sabes cómo escribir una historia distinta, no tienes que hacerlo solo. La terapia psicológica puede ser ese lugar seguro donde revisar tu relato, cuestionarlo y transformarlo.

Como psicólogo en Valencia, acompaño a personas que quieren dejar de vivir desde la queja constante, desde el dolor como identidad o desde el papel de la víctima perpetua. Juntos trabajamos para reconocer lo que duele, para sanar lo que pesa y para abrir nuevas posibilidades de ser. Porque no eres lo que te pasó. Eres mucho más que eso, y mereces descubrirlo.

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Luis A. Castelló Psicólogo

Soy Luis A. Castelló, psicólogo, psicoterapeuta e instructor de Mindfulness en Valencia. Llevo más de 15 años acompañando a personas en su camino hacia el bienestar emocional. Estoy especializado en Terapia Gestalt, EMDR y Mindfulness, y mi enfoque es cercano, integrador y profundamente humano. Mi vocación nació desde mi propia experiencia personal en terapia, lo que me permite conectar de forma auténtica con quienes acuden a mí. Actualmente imparto sesiones, cursos y formaciones tanto presenciales como online.

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